Empujándome, obligándome a aferrarme al poste para no caer a media calle, por temor a que un carro con sus llantas pinceles dibuje mi figura en el pavimento.
Al llegar a una esquina, un sombra sale a mi encuentro y sin ánimos de detenerme a conversar con ella le sonrío casi hipócritamente y me alejo.
Una rosa caida al suelo y empujada por el viento, me observa tímidamente, me aserco para levantarla, pero las lágrimas derramadas por la tristeza y la desesperanza me hacen resballar y caer, y acaricio el suelo y por un momento, solo por un momento siento el impulso de besarlo.
Me recuesto en la pared y ella me señala mis pantalones, los observo decorados con el lodo, lodo hijo de la tierra y de las lágrimas en el suelo.
Y justo cuando mi cólera empieza a aflorar, siento la presencia de la esperanza, que de pie junto a mi, me extiende su mano y me obsequia una sonrisa, que me invita a levantarme y a continuar mi camino en esta vida, larga y corta, pero hermosa vida.
Y es entonces, solo entonces, que me doy cuenta que no tiene sentido la vida del hombre
del hombre aquel que se ata de pies y manos con el miedo, del hombre que se niega a abrir los ojos cada mañana para no tener que cerrarlos cuando la luna lo salude. No tiene sentido la vida del hombre que se niega a si mimso una nueva oportunidad en esta vida, larga y corta, pero hermosa vida.
Sonya
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